Sapa: Las Terrazas de arroz

Después de salir de China a base de horas y horas de bus, entramos en Vietnam. Nuestra primera parada Hanoi, nos viene como anillo al dedo. Durante estos tres primeros meses hemos estado diluidos entre la población local y empezábamos a tener ganas de entrar en contacto con gente que, como nosotros, ha colgado los bártulos para emprender su particular aventura personal. Al llegar, al hostal, nos  damos cuenta de que acabamos de entrar en uno de los circuitos de los Backpackers ( mochileros ). Gente de todas partes llegando y partiendo, empezando o acabando su tour por el Sudeste Asiático ( Thailandia–Laos–Camboya–Vietnam ).

                          

Mientras esperamos la llegada de Pepe, nuestra segunda  visita, nos vamos 3 días a Sapa. Es uno de los destinos obligados en Vietnam, famoso por sus arrozales. Si bien en muchas partes de Asia cultivan arroz, en Sapa, como consecuencia de su difícil relieve, utilizan un sistema de “terrazas”, donde sectorizan la pendiente de la montaña, a modo de escalones, obteniendo superficies cultivables una sobre otra. Se consiguen así superficies a distinto nivel, con lo que se puede jugar con el agua dejándola caer de los niveles más altos a los más bajos sin mucho esfuerzo. 

                                 

Otra peculiaridad de Sapa, son sus etnias. La mayor parte de la gente, son black H’mong , red H’mong o Dao. Diferentes, aunque similares a los ojos de un occidental. Llama la atención su físico, pues a pesar de ser bellas, las mujeres miden alrededor de 1’40.  La mujer se dedica mayoritariamente al cultivo del arroz y al turismo, en forma de venta ambulante y guía para el trekking. Mientras, el hombres, descansa. 

                       

El primer día, al llegar, encontramos alojamiento en un hostal regentado a medias por un australiano y una vietnamita. Ella lleva el hostal y él, por las tardes, habla un poco con los huéspedes, mientras se bebe la cerveza del bar. Una extraña relación comercial. Casualmente, esa mañana, Glenn disfrutaba de una resaca poco agresiva, por lo que siguiendo su recomendación, alquilamos unas motos y nos fuimos, juntamente con él y con Mae, una jovencita H’mong , a visitar los arrozales. En esta época, se están recogiendo las plantas de arroz que han salido de las semillas que se tiraron sobre la tierra preparada. Se recogen y se replantan de manera ordenada para facilitar su crecimiento. Parece que lo hagan con tiralíneas. Hay mucha actividad en los campos. Mientras paseamos tranquilamente, gran cantidad de gente está trabajando. Al pasar por delante, se detienen, nos miran sonrientes y nos saludan. Algunos entablan con nosotros ligeras y cortas conversaciones en un más que correcto inglés. La curiosidad nos sobrepasa y decidimos ayudar al grupo de gente con el que más tiempo hemos hablado. Cuando nos ven quitarnos los zapatos y arremangarnos los pantalones, las mujeres no dan crédito y ríen a carcajadas. Sumergimos los pies en el barro, escuchamos atentos la manera correcta de recoger el arroz y nos ponemos manos a la obra. Resulta divertido e interesante. Compartimos un tiempo con ellas y al final nos recompensan, invitándonos a tomar un destilado de arroz en una casa particular. El resto del día, lo pasamos paseando en motocicleta a las órdenes de la estricta Mae.

                      

El segundo día nos levantamos con una obsesión, ver la final de la Champions League. Por la mañana, lo dejamos medio apalabrado y salimos a caminar por los arrozales. Si le garantizamos algo de consumo, Glenn, el australiano, está dispuesto a “sacrificarse” para aguantar el bar abierto hasta las tantas… A la hora que empieza la final, dos de la mañana, el bar, normalmente ya está cerrado. Con esta tranquilidad, salimos a caminar y ¿Porqué hacerlo por el camino como todo el mundo, cuando puedes jugarte el tipo saltando de un lado para otro? Después de caminar varias horas, con el sol apretando, nos vemos obligados a parar en un río a tomar la merecida sesión de baño-masaje. Es lo bueno que tiene ir por libre, que en cada momento haces lo que te apetece. La parte menos buena, es que después de caminar cuatro horas alegremente, te das cuenta de que no sabes cómo has llegado hasta aquí, de que ves el pueblo difuminado en la lejanía y que entre medias tienes varias montañas. 

                        

Ya en el hostal, esperamos jugando a billar a que llegara la hora del partido. Más que jugar, somos vapuleados por estas jovencitas H’mong . Los arrozales de Sapa son espectaculares, y ver a estas señoritas jugar al billar, también. Cinco minutos antes de empezar el partido, nos encontramos los tres delante de la tele, con el Aussie que no para de ofrecer cerveza fresca. Empieza el partido y aparecen en la sala un batallón de jóvenes vietnamitas… A Glenn le brillan los ojos. Esta puede ser una gran noche! A la primera ocasión de los ingleses, los vietnamitas al completo saltan de la silla. Van con en ManU! Tensión en el ambiente… Sin ningún tipo de miramiento,  empiezan a sacar bolsas de palomitas y latas de cerveza. Ahora la tensión está en la cara de Glenn. Tan sólo le queda esperar a que se les acabe, y que tengan ganas de más. Sin embargo, cada vez que parece que ya han agotado las existencias, sale corriendo un vietnamita hacia la habitación y vuelve cargado. CLACK! CLACK!... CLACK! Se oye detrás de nosotros. Cada vez que se abre una lata de cerveza, a Glenn se le desencaja la cara. Esta desolado, por lo que empieza a ser su mejor cliente, pelotazo va, pelotazo viene… Al final, después de un partido memorable, nosotros nos vamos a dormir contentos, los vietnamitas no tanto, pero con los bolsillos llenos y Glenn, borracho como una cuba…

                                

El tercer día volvemos a alquilar una moto y a perdernos por caminos que están fuera de las rutas marcadas. Disfrutamos de hacerlo. Pensamos que al hacer siempre lo que hace todo el mundo, se desvirtúa un poco la realidad del lugar. Hay caminos por donde cada día pasan turistas. Seguramente sean más bellos, pero menos auténticos. La gente está tan acostumbrada a verlos pasar, que ni se inmutan. Nosotros, conseguimos llegar a una pequeña aldea, donde los niños nos revolotean alrededor, y donde al intentar hacer una foto de familia, algunos de ellos salen corriendo de miedo. Al tercer intento, la conseguimos sacar y se la enseñamos. Verles la cara de sorpresa al reconocerse en la foto, nos compensa.