Elefantes en Chiang Mai y caminos separados en el sur

En estos momentos nos encontramos en Railay, sur de Thailandia, y partimos mañana hacia Malaysia. Bueno, estamos Jaume y Albert porque Iñaki y Edita ya deben estar por ahí. Nos hemos metido en unos días de bastante lío que intentaremos resumir…

                        

La última vez, estábamos en Laos. La verdad que nuestro paso por este país ha sido bastante fugaz. Hay varias razones, una es la falta de estudio del país, por lo que nos limitamos a seguir la ruta “turística” y quizás no le sacamos todo el partido, que se puede, pues está bastante virgen. Otra razón es nuestra relación con los “Brits” que han invadido la zona. ¿Quién no ha estado alguna vez en una zona turística costera de afluencia inglesa? Pues por lo visto, hacen lo mismo allá donde van, y como el caballo de Atila, lo arrasan. Los brits que nos hemos encontrado, son gente muy joven, cerrada, y cuya única pasión es la fiesta desmedida y borracheras extremas durante la tarde – noche y resaca enfrente del televisor, viendo “Friends” o “Padre de familia” durante el día. Esta escena se repite cada día y en cada uno de los bares y restaurantes del lugar. Nos gusta la fiesta, no somos sospechosos, pero llegar a pueblos de un lugar tan remoto como Vang Vieng y encontrar hordas de jóvenes británicos, montando sus guettos, despreciando la cultura local y viviendo solo por y para la fiesta, en medio de un país subdesarrollado nos ha hecho cruzar tan rápido como nos ha sido posible. Hay una tercera razón, estamos agotados y queríamos llegar a la playa, nuestras vacaciones. Seguramente, si estás leyendo esto sentado en la oficina, o en casa después de un duro día de trabajo, saltarás de la silla. Desde aquí te proponemos un ejercicio. Piensa en una huida de fin de semana, o en un viaje más largo, piensa en la sensación que sientes cuando llegas a casa, después de ir y venir y de no parar durante días. Una de las sensaciones es cansancio, y sabes que al menos necesitarás uno o dos días para recuperar. Es lo que nos está pasando en estos momentos, llevamos 4 meses sin estar más de dos o tres días en un lugar, en muchos uno, cargando la mochila de veinte kilos, auténticas palizas de autobús, durmiendo en los lugares más baratos que encontramos, compartiendo cama unos con otros, malcomiendo y tratando de visitar tanto como podemos… En serio, cansa. Esto creemos que nos marcará un nuevo estilo de viaje en los meses que vienen, y que además nos irá muy bien en lugares donde las distancias son mucho mayores, como Australia y América del Sur. Procuraremos no abarcar tanto y disfrutar más de los lugares, tener tiempo a tener una mínima relación con la gente y el lugar, algo que no es factible cuando llegas un día y partes al siguiente. Intentar estar en todas partes, es imposible, es muy cansando y además es más caro.

                            

Dejando Laos, entramos por el norte en Thailandia, y el paisaje cambia bastante. Queríamos visitar Chiang Mai antes de bajar a Bangkok a recibir a Edita y llegar al fin al sur, a las playas. Entrar en Thailandia es entrar en un país que lleva años siendo turístico y que se ha sabido desarrollar con él. Buenas infraestructuras y una gran oferta turística atraen a millones de habitantes cada año. La oferta de actividades es muy variada y nos tocó elegir. Hay muy buenos trekkings, se puede hacer rafting que siempre es divertido o visitar el poblado de las mujeres jirafa… sin embargo, solo pudiendo elegir una nos decantamos por el Baangchang Elephant Park. Es un lugar donde adiestran y recuperan elefantes que han sido maltratados en circos, abandonados por algún zoo o algo por el estilo. El roce hace el cariño, por lo que la familia va creciendo, ahora tenían también un bebe y una cría. La excursión es muy recomendable. Al llegar te explican la filosofía del parque, las diferencias entre los elefantes africanos, más grandes y los asiáticos y algunos datos interesantes de los animales, miden cerca de 3 metros, pesan alrededor de 5 toneladas, comen 150 kilos al día y defecan 80!! Después, llega el tiempo de alimentarlos. Es lo increíble del lugar, dispones de varios cubos llenos de banana y caña de azúcar y les das de comer durante media hora. Por el respeto que imponen, y porque puedes acercarte todo lo que quieras, empiezas acercándole una buena ración, que recibe con la trompa y engulle. Al pasar unos minutos, el miedo desaparece y acabas metiéndole el desayuno directamente en la boca… Pasas el día aprendiendo a subir encima ( sin silla ), a dirigirlos en un recorrido mientras vas sentado en su inmensa cabeza o dando un gran paseo subiendo una monte. Sin embargo, el plato fuerte viene por la tarde, cuando te dan la oportunidad de meterte con ellos en la charca y lavarlos! A pesar de que la charca no es de agua cristalina precisamente ( sabiendo las cantidades que defecan y que orinan, no daremos más pistas del porque del color del agua ) el momento del baño fue brutal. Hacer fuerza con todo el cuerpo para sostener la trompa, subir encima para rascarle el lomo, tirarle cubos para aclararlo y recibir trompazos a presión del animal, apartarte cuando se va a revolcar para no ser aplastado… Un auténtico disfrute, un gran momento del viaje.

                        

En Chiang Mai, y de rebote, nos enteramos que la visa que nos han dado en la frontera es de solo quince días, y no de los treinta de que dispones cuando entras al país en avión. La sanción viene a ser algo más de diez euros diarios. Conseguimos, pagando, una extensión de una semana, pero no es suficiente para hacer todo lo planeado y condicionará un poco el viaje. Como hay que elegir, decidimos estar solo el tiempo imprescindible en Bangkok para recibir a Edita y seguir bajando. 

                    

Como llegamos la noche antes, decidimos ir a ver una velada de Muai Thai. No es el típico para turistas que se puede ver en las zonas costeras, sino los grandes combates de la capital. Los alrededores del estadio son un hervidero de gente local, cenando en los puestos callejeros y bebiendo cerveza antes de entrar. Desde la calle ya se oye a la masa de dentro rugir y corear cada golpe que acaba golpeando al rival, con un grito diferente para el rodillazo en las costillas y otro para el golpeo en la cara. Entramos y el lugar es una olla a presión, el público apuesta y ruge, los luchadores se intercambian golpes uno tras otro para éxtasis de los asistentes y la banda toca notas antiguas que ponen música a la lucha. Todo un espectáculo en un ambiente que hay que vivir. 

     

Al día siguiente a mediodía llega la señorita Valachova, que nos surte de besos, recuerdos y mensajes de los seres queridos además de quesos y embutidos ibéricos. Cómo nos gustan las visitas! Tan solo nos da tiempo a compartir día y medio con ella y cogemos un tren nocturno hacia el sur. Nos despedimos en el mismo tren, la pareja se va por un lado, y los hermanos por otro. Nosotros decidimos ir a sacar dos cursos de buceo, Advanced Open Water y Nitrox que nos harán falta en Malasia a Koh Tao ( perdona Óscar ), desde allí pasar por Ko Phangan a celebrar la full moon party, cambiar de costa y acercarnos a Railay, cerca de Krabi, descansar un poco y visitar las islas de la zona, entre ellas la de la película La Playa y reencontrarnos con Iñaki en Malasia. No sabemos donde están ni que hacen, es lo bueno y lo malo que tienen estos lugares, que la vida y las comunicaciones, van de otra manera…