Península Valdes e Iguazu; ¡¡Argentina, sos bella!!

Con los veteranos del grupo aún lamentándose, dolores en rodillas, espalda y demás, subimos al bus que nos lleva a la Península de Valdés, a Puerto Madryn. Están cansados, pero muy contentos, los paisajes de estos últimos días han sido espectaculares. Las horas en bus, sirven para reponer fuerzas. Los autobuses son muy confortables y pasamos las horas contemplando los vastos paisajes, infinitas llanuras de nada, leyendo, dormitando o charlando. Estar confinado en el bus, obligado a no poder hacer nada, acaba relajando. Al llegar al hostal, nos encontramos a Raúl, charlando en el jardín amigablemente con una pareja de franceses mientras Marcelo, el dueño del hostal, está preparando un asado en su honor, es su cumpleaños. Celebramos el buen envejecer de Raúl.

 

Hasta noviembre, desde la playa de Puerto Madryn, el núcleo urbano más cercano al Parque de la Península de Valdés, se pueden ver ballenas a simple vista. En Octubre, a decenas, en estos momentos ya han empezado a migrar y no es tan usual. Las excursiones para el avistamiento de ballenas, están completas, hay que esperar un día. Decidimos aprovechar la espera saliendo en kayak a visitar varias poblaciones de leones marinos. Tenemos suerte, hace un soleado día de verano y el mar parece una balsa de aceite. Somos un grupito de seis kayaks dobles, que bordeando tranquilamente la costa llegamos al lugar donde se encuentran estos animados y ruidosos animales. La mayoría de las hembras, de menor tamaño, están tomando el sol, tumbadas sobre las rocas. El macho, mucho mayor, se alza dominante, en medio de su harén, intimidando a algún macho joven que, sin grupo, busca el contacto con alguna hembra para acabar con sus días de soledad y formar su propio harén. Se intimidan con sonidos, acercamientos y alguna pequeña pelea. Mientras, las crías, curiosas, al vernos se lanzan al agua, para jugar alrededor de nosotros. Es increíble el contraste entre sus movimientos torpes fuera del agua, parecen sacos, a la facilidad y elegancia con que se mueven dentro de ella. Aparecen y desaparecen a nuestro alrededor, pasan por debajo del kayay, nadan y nos siguen con la cabeza erguida en nuestra cola, desaparecen y aparecen con una sonora respiración en un lateral. En las rocas, los sonidos aumentan de decibelios y las trifurcas se hacen más violentas, nos sentimos como dentro de un documental, es fantástico. Volviendo a Puerto Madryn, nos paramos al ver en la lejanía, en medio del mar, una ballena y su cría jugando tranquilamente.

 

Al día siguiente salimos hacia la Península de Valdés, una península convertida en parque natural y declarada patrimonio de la humanidad. La mayor atracción es el avistamiento del la ballena franca austral, aparte de pingüinos, leones y elefantes marinos. El avistamiento se hace en una embarcación, que navega por el golfo. A tan solo veinte minutos ya avistamos las primeras. Sus saltos son característicos, así como sus inmersiones mostrando la cola. En estos momentos las ballenas que quedan son madres amamantando a sus hijas antes de peregrinar hacia otras aguas. Son impresionantes, enormes, del tamaño del barco aunque tremendamente dóciles. La cría puede medir entre 4 y 6 metros y  su peso estar cercano a las 3 toneladas. Crece a razón de tres centímetros y medio por día, hasta alcanzar los 16/17 metros y las 50 toneladas cuando es adulta. Las hembras son más grandes que los machos  y su sello característico es la enorme cabeza cubierta con callosidades. La cría intenta demostrar a la madre, mediante saltos, golpeos al agua con la cola y demás juegos que está preparada para la partida. La madre, siempre cercana, la vigila y la estudia.  Se acercan sin ningún tipo de temor a la embarcación. Son confiadas e imprudentes por naturaleza, lo que las puso en peligro de extinción. Curiosas se acercaban a los barcos de pescadores que daban buena cuenta de ellas. Acabada esta experiencia, recorremos la península. Estamos como locos, nos dirigimos hacia Punta Norte, al lugar donde se realizan los documentales donde las orcas salen violentamente del mar y se llevan por delante algún león marino que está en la orilla. Al final no hay suerte y no conseguimos verlas, pero estar en el lugar vale la pena. Colonias de elefantes y lobos marinos descansan en la arena mientras las crías nadan en el agua, sin temor, algo que un día acabara en catástrofe.

 

Encantados con las visitas en la Península de Valdés, ponemos rumbo a Iguazú, un bus de veinte horas hasta Buenos y de ahí, tras la súplica de nuestros padres de no más bus, un vuelo hasta Iguazú, recientemente declarada una de las siete Maravillas Naturales. Simplemente espectaculares. Qué cantidad de agua en movimiento, cuanta energía alrededor, que fuerza y que sonidos… Qué pequeño e insignificante se siente uno. El lugar es precioso, un bosque frondoso, húmedo y verde con multitud de saltos de agua, cataratas espectaculares, y algunos animalillos autóctonos campando a sus anchas por el parque. No hay forma de describirlo, si una imagen vale más que mil palabras, aquí van las siguientes miles… Ponemos rumbo a Buenos Aires!